LLUVIA...

Por: Rafael Ángel

Hoy recojo las arenas de esta playa,
enredada entre mis pies desnudos.
Y yo, cabizbajo, sólo observo la vida.
Esa vida que fluye en cada cosa;
esa vida que se mueve, como el mar,
a través de sus olas, a través de su murmullo.
A lo lejos, el hilo que divide las aguas,
y las separa de los espacios,
que se funden en turquesa con matices blancos,
como pinceladas desbandadas
que se apresuran en tan diferentes prisas.
La vagueza y languidez de mis pupilas
permitían que se nublaran de mi foco.
Se apoderan de mí esas locas fantasías
que convierto en figuras, a medida del
traslado de los cirros y cúmulos.
Más allá, acercándose con pasmosa lentitud,
una nube madre, gris oscuro, repleta, enorme.
Puedo notar el deseo de desprenderse
de ese húmedo peso que ya no soporta,
y que, en forma de gotas, permitirá la vida
de tantas creaturas que esperan, ávidas,
su líquido incoloro, puro, sin mancilla de humo,
sin partículas ajenas, y que tiempo atrás
volaran como ángeles de espuma y vapores,
buscando, como las águilas, altura.
Puedo sentir, al momento,
la caricia de sus gotas,
la humedad del contenido,
la vida misma, salpicando mi cuerpo,
y haciendo hoyitos asimétricos
en la arena enredada...
entre mis pies desnudos.

Gotas de....

Por: Julia


Te vi caminar descalzo mirando las arenas;
me dije: ¿qué hará aquí, tan solo
en esta playa desierta?
Miraba como las olas, con su batir incesante,
borraban el paso de tus huellas,
mas tú seguías adelante,
caminando, meditando.
Enseguida me di cuenta
que algo te sucedía;
algo rondaba por tu corazón, tu cabeza.
Me quité mi coraza y... salí de aquella roca
donde sentada estaba contemplando
el vaivén de las olas.
Te conseguí alcanzar,
te toqué la espalda.
Sorprendido, me miraste, y no mediaste palabra.
Supe yo que era el momento
de enseñarte... mi tesoro.
Te dije: ven, dame la mano;
ya no caminabas solo.
Nos sentamos en la arena,
mojada por la marea.
Nuestros pies se humedecían.
Y entre caricias de olas
son —te dije— esas caricias, manos de sirenas.
Me miraste nuevamente
con tu mirada profunda,
mirando luego la lejanía.
Te observaba y me decía,
¿Qué pensará ahora?
¿Qué rondará su cabeza?
Mas, de pronto, vi llegar una nube oscura, negra.
Atónito te quedaste al ver tal nubarrón.
Yo te dije: tranquilo, eso no es malo,
eso es amor.

Cuando una nube aparece,
y caen gotas de ellas,
es para limpiar lo malo que hay en este planeta.
Llegan muchas al mar, cada día yo las veo;
sueltan su agua y se van,
y así es que vamos creciendo.
El mar es, para mí, mi amigo,
mi aliado, mi compañero
de secretos , risas penas y llantos.
He visto mucho en el mar.
Muchas cosas aquí han pasado.
Mas no por eso dejé de contemplar nunca
el amanecer, ni el ocaso.
Cantos de sirenas he oído
en más de una ocasión.
Lamentos también, amigo por algún amor o decepción.
El mar siempre está,
aunque muchos no lo crean,
para recoger esa lluvia que
deja esa nube negra.
Así es que renacemos y limpiamos nuestro corazón,
por las gotas de esa nube
que el mar acoge con amor.
El mar lo purifica todo: odios, penas, desamor,
después, todo purificado ,
después ya todo es mejor.
Me miraste a los ojos .
Acariciaste mi pelo, enredaste en él tus manos.
Suave jugaste con mi cabello.
Sonreías; ya no mirabas abajo. Mirabas el horizonte;
me mirabas a los ojos y me dijiste ¿de dónde?
No preguntes, te dije;
mi corazón no conoce
sino el amor de verdad, la libertad; y en las noches
suelo también meditar,
mirando el mar y la luna, cuando ésta no se esconde.
Hasta puedo oír llegar cantos de sirenas,

que me dicen... ya todo se va a solucionar.
Atónito te quedaste tras lo que, de mí, oías.
Te dije: toma esto, amigo.,
toma y verás... No es mentira.
Y cuando estés solo, pensado en tus cosas,
ponte esta caracola en el oído.
Así oirás las olas; si las escuchas bien,
oirás, como yo, cantos y lamentos de sirenas,
que te irán diciendo cosas con el batir de las olas.
No hace falta ir al mar para poder ver las cosas.
Escucha sólo cuando tú lo sientas,
el ruido de esta caracola
que hoy te doy con amor,
que mi tesoro es... ¡ cógela !
Que yo tengo más en mi cueva.
Allá en aquel recodo, y me pondré otra en mi cuello
para también, como tú, tener el mismo tesoro.
Te la colgué del cuello.
Qué bella que te lucía, parecida
que tuviera, inclusive, hasta más vida,
cuando tocó tu piel... tanto amor la transmitía.
No mediamos más palabras,
yo supe que... que ya más no te vería.
Mas feliz acepté el reto
porque la caracola que ahora porta tu cuello,
a ambos, en la distancia, nos uniría.

Un día, quizás mañana, una nube volveré a ver.
Ya me dirán las sirenas,
si en ella llegan tus penas también.
Ahora todo está en calma, todo está controlado
en lo profundo del mar.
Las sirenas están trabajando,
entre cantos y juegos para todo el mal ir limpiando.
Por eso es que cada día, cuando sale el sol
nacemos más limpios, amigo; más puros de corazón.

Esto es el mar, la playa, el lugar donde
habito yo; ven siempre que quieras,
caminante, aquí estaré yo, hasta que el mundo
esté limpio del odio y el dolor
y en él sólo se vea que el amor venció, no
las maldades, las traiciones, desamores y el rencor.
Tus huellas no están ya en la arena.
Esas olas las borraron, pero están en mi recuerdo
y hasta puedo sentir tus pasos, verte caminar por la playa...
solo y meditando.
Mas oye esa caracola que hoy portas en tu cuello
y oirás todo lo que te digo, esto es un secreto,
pocos son los capaces de ver,
de sentir estando lejos,
lo que dicen las olas en esa caracola
que hoy te doy como recuerdo
para el que sabe entenderlo.